El otro día me pasó una cosa muy curiosa, estaba en mi banco, el de toda la vida (como diría Leopoldo Abadía), al menos el de mi vida en Madrid, siendo una de las pocas veces de este año, que me dejo caer por alguna de sus oficinas, ya que suelo hacer casi todas las operaciones online, desde la mejora que se ha producido en la banca por internet, ahora, prácticamente puedes tramitar hasta tu hipoteca por internet, en fin, a lo que iba.
Era el último de la fila, en las que mis predecesores casualmente eran los mismos que ocupan las primeras filas, al pie de cualquier obra urbana, un colectivo con nombre propio, “los jubilados”, y claro, personas en su condición sin estrés, sin demasiadas obligaciones horarias, y con ese hábito diario de acudir al Banco/Caja para actualizar sus biencuidadas cartillas (por cierto donde estarán las mías??), ingresar 15 €urillos en la cartilla del nieto, preguntar por esos ahorros en forma de bonos, acciones, fondos fijos o variables, que en algunos casos, han sido presas de estafas internacionales, dígase Boom inmobiliario, los famosos Ninjas o algo más autóctono, como las estafas del Forum Filatélico o Afinsa.
Es por ello, que en el mejor de los casos, te puedes pasar 15 o 20 minutos en el banco para realizar cualquier operación que no hayas podido realizar por web. En ese tiempo, puedes hacer un par de llamadas rápidas, hojear todos los panfletos de publicidad de la entidad en cuestión (generalmente engañosa o de difícil comprensión por la cantidad de letra pequeña), dar la vez , cediendo el honor de ser el farolillo rojo de la sala, y por fin, recibir tu ansiado turno para realizar una operación que no te lleva más de 3 minutos.
Pero es ahí, cuando me disponía a marcharme, y una vez frente a la puerta automática de la cabina de seguridad, que es de obligada utilización, tanto para entrar como para salir, con esa voz de todo menos dulce, que te avisa de dejar los objetos metálicos, así como su uso individual y por consiguiente, debes esperar si una persona está entrando para poder salir, y ese, de entre todos, fue mi caso.
Entró en la cabina un hombre de unos cuarenta y pico años, parecía de Europa del este, 1,90m de altura y unos 120kg de peso, lo que coloquialmente definimos como un armario ropero de 3 puertas, una vez en el interior del automatismo, y bloqueado entre ambas puertas, sonó la robótica voz con un mensaje que en un principio no llegué a entender, o que simplemente ignoré, ya que el sonido de aquella voz diciendo: “deposite sus objetos metálicos…bla, bla, bla” habría sonado unas 15 veces en el rato que estuve esperando mi turno en la fila. Entretanto, el hombre salió y volvió a entrar, esta vez sin una sola llave ni moneda en el bolsillo, pero se repitió la misma escena, en la que ya pude entender a la voz en off, que decía algo así como, “no está permitido el acceso a más de una persona en la cabina, no está permitido el acceso a más de una persona en la cabina” y así repetidamente mientras aquel hombre me hacía gestos de no entender el motivo que le daba aquella máquina infernal, para no dejarle entrar. El hombre, me miraba y encogía sus hombros, me mostraba incluso sus bolsillos vacíos, por un pequeño instante no supe si reír o llorar, ya que estaba claro que la cabina parlante no estaba diseñada para diferenciar entre 3 personas de 40kg y una de 120kg, y es entonces, cuando rápidamente avisé a uno de los trabajadores del Banco, para que dejasen pasar al aún desconcertado buen hombre, y así de paso, tomar el relevo, pero esta vez para salir y dirigirme al trabajo, esbozando alguna sonrisa que otra recordando lo sucedido.
PD. Bien podía haber sido una escena de "La cabina II", se lo propondré a Mercero, jeje.
(El enlace de La cabina corresponde a un vídeo de un fragmento de la película en dibujo animado, muy logrado)
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