lunes, 15 de junio de 2009

Cada coche tiene su propia historia

Llevamos un tiempo escuchando que la industria del automóvil está por los suelos. Primero con las marcas más arraigadas en España, con factorías distribuidas por diversos puntos de la península ibérica, como puede ser el caso de Renault en Valladolid, SEAT en Barcelona, Ford en Valencia,…Pero ahora el mal se ha acrecentado incluso en los países con mayor imperio automovilístico, el caso de OPEL en Alemania o la todo poderosa General Motors en USA, y todo tiene un porqué, que creo que todo el mundo sabe ya cual es.

Si es que era alucinante, casualmente desde que las hipotecas las daban tan sólo por abrir una cuenta corriente, empezamos a vivir escenas del estilo: Papá premia a hermano/a pequeño de algún amigo/a, por aprobar el carnet a la primera tras sus recien cumplidos 18 añitos, con su primer flamante coche NUEVO (previo préstamo rápido del banco), y nada de utilitarios de baja potencia, no, Golf Gti, o similares, dando a su hijo tanto una máquina de matar para un conductor nobel, como una pésima educación, ausente de valores tales como el esfuerzo, la humildad y el aprecio por las cosas, que no sólo se consiguen con dinero.

En mi caso, más parecido al de la mayoría de la gente de mi edad, no sólo me costo un gran esfuerzo sacarme el carnet, y no por lo que estáis pensando, ya que saqué todo a la primera, jeje, sino por el dinero que entonces costaba mis padres no podían asumirlo, al menos no nada más cumplir los 18, y a la vez dotarme de un vehículo.
Es ahí cuando entra la figura de mi tía-madre, quizás la persona que más quiero después de mis padres, hermana y “marinovia”. Algún día la dedicaré su propio post, pero ahora hablaré de que retándome a no abandonar los estudios, me premio no sólo con el carnet, sino que heredé su R11, con la ilusión que aquello me hizo, siendo este el coche de mis primeros años al volante.
Y eso que desde pequeñito ya me gustaban los coches, como a los 14 años aprendí verdaderamente a conducir, vamos, que mi padre ya dejó que acupase el asiento del conductor, sin que el me cogiese y articulase los pedales.

El vehículo en cuestión, fue una furgoneta Volkswagen Bully, la Hippy por excelencia. Un furgoneta con mucha historia, adquirida por mis padres en Galicia, sería la encargada de trasladar a mi familia, de punta a punta de la península ibérica, en un viaje lleno de recuerdos, con el destino final en Tenerife, para ello haríamos escala en Cádiz para coger el Ferry que nos transportaría a todos, incluida la furgo.

La anécdota del viaje, fue que tras casi una semana de viaje (con algunas escalas), llegamos al puerto de Cádiz un viernes de febrero de 1985, a eso de las 11pm, justo a la misma hora en que se disponía a partir el Ferry con destino Santa Cruz de Tenerife, y tras hablar con varios trabajadores y responsables de la zona de embarque del puerto, solo nos quedó observar desde tierra, al barco de Transmediterránea mientras realizaba las maniobras de salida hacia nuestro aplazado destino. Digo aplazado porque en aquella época, no sólo era el único medio para llegar con todos nuestros enseres a las Islas, sino que la frecuencia entre un viaje y otro era nada masy nada menos, que de una semana.

Al principio para mis padres, resultó un poco duro hacerse a la idea, sobre todo porque eran ya las 12 de la noche y se encontraban en una ciudad que no conocían (aunque eso nunca ha sido un handicap para los miembros de mi family), con 2 churumbeles, bueno, uno ya opositando a adolescente (ese era yo), y con una furgo llena de todas nuestras pertenencias. Digo esto último, porque desde nuestra desafortunada escala en Sevilla, vigilar la furgo se convirtió también en una preocupación.

Pero como casi todo en esta vida, podemos aplicar el dicho de, no hay mal que por bien no venga, y gracias a la buena gente de Cádiz, nos aconsejaron un hostalillo por el centro, que fue nuestro improvisado hogar durante esa semana. Recuerdo que como no había TV en las habitaciones, me bajaba a ver los partidos a la recepción del hostal, con aquel señor que representaba al auténtico gaditano de la época. Aprovechamos para conocer la ciudad, que para rematar, celebraba sus famosos carnavales, así que todo una experiencia.

Como véis, los coches no sólo son espectadores de nuestros viajes, sino auténticos partícipes de algunas de nuestras mejores historias, a lo largo y ancho de esta singular carretera, llamada vida.

4 COMENTARIOS:

inma dijo...

MUCHOS RECUERDOS VIENEN A MI MENTE DE AQUELLA OSADÍA POR NUESTRA PARTE, DE LA CUAL NO ME ARREPIENTO. MUCHAS VIVENCIAS CON ANÉCDOTAS INCLUÍDAS.
MUY LOGRADO TU TRABAJO,HE RECORDADO EN UN MOMENTO TODO EL VIAJE DE PRINCÍPIO A CASI FIN, PUÉS NO ACABÓ ALLÍ, PERO ESTUVO BIÉN LA PARADA.
hasta prontito.

Marcoiris dijo...

Mucha razon en lo que dices, son espectadores pasivos de nuestras vidas. como los animales, si los coches hablaran... jeje
Pr cierto, la furgo VW me encanta, aun sueño a veces comprarme una para recorrer el mundo.
Un abrazo!

Deprisa dijo...

Así es, los coches también nos traen recuerdos.

Le tengo un cariño especial a mi primer coche, un Seat Ibiza del año la tana y que casi no necesitaba marcador de velocidad porque por las vibraciones del coche eras capaz de adivinarla.

Pasé buenos momentos en él :-)

Un saludo.

Marcos RC dijo...

Inma, me alegra que halla sabido contarlo tal y como lo vivimos, aunque seguro que tu conservas muchos más recuerdos de los que yo, en mi condición de niño, pude darme cuenta.

Te quiero Mami, un beso.

Marco, ya sabes esa frase que llevo por bandera (espero que Susana no lo lea), TODO LLEGA, y seguro que acabarás teniendo esa furgoneta u otra que te hará vivir muy buenas experiencias.

Un abrazo.

Deprisa, que mítico el Seat Ibiza, supongo que hablarás del primero, ese que era muy cuadradote, pero que ya destacaba por ser muy juvenil.
Gracias por compartir ese recuerdo y un afectuoso saludo.

En definitiva, siempre nos acordaremos de nuestros primeros coches, que nos dieron ante todo independencia.